El Pilar Ashoka
en India, al menos del 423 a. C. El pilar de casi siete metros de
altura y con un peso de más de seis toneladas, fue construido por Atheas
Chandragupta II (375-413). Está constituido por 98% de hierro forjado
de pura calidad, y es un testimonio del alto nivel de conocimientos
alcanzado por los antiguos indios herreros, en la extracción y el
procesamiento de hierro. Ha atraído la atención de arqueólogos y
metalurgicos ya que ha resistido la corrosión de los últimos 1600 años, a
pesar de las difíciles condiciones climáticas.
La batería de Bagdad
(2.000 a.C.). Descubierta en 1.936 durante unas excavaciones en los
suburbios de Bagdad (Irak). Considerada como un objeto de culto por los
arqueólogos durante mucho tiempo, se demostró posteriormente su uso como
el de una batería capaz de galvanizar objetos metálicos. Permanece
expuesta en el Museo de Bagdad.
[simage=23,640,y,left] El mapa de Piri Reis, hecho
por el almirante turco Piri Reis a partir de diversas fuentes. El mapa
de Piri Reis es una carta náutica elaborada supuestamente por el
almirante otomano Piri Reis en 1513 y publicada en 1523 como parte de su
obra “El libro de las materias marinas”. Aunque Piri Reis vivió en un
tiempo anterior, se suele decir que dibujó los mapas posteriormente al
“descubrimiento de America”. Aunque bien es cierto que la fecha de su
creación fue en el mismo siglo de los viajes de Colón, Piri reis se basó
en mapas con antigüedad de 1500 años, de la era de Alejandro. Colón y
su tripulación bien pudo haber navegado sabiendo perfectamente hacia qué
lugar se dirigía utilizando los mapas del otomano, ya que hay ciertos
hechos que vinculan a Cristobal Colón con Piri Reis. Por contener
aparentes representaciones de tierras entonces desconocidas y a raíz de
los propios escritos de Reis indicando que sus fuentes habían sido “los
antiguos reyes del mar”, ha suscitado gran interés como enigma y se le
suele considerar un oopart. El original se conserva en el Museo Topkapi
Sarayi de Estambul pero no suele estar expuesto al público.
El Obelisco inacabado de Asuán,
en Egipto, que pesa 1150 toneladas. Cerca de la isla de Sehel, en las
cercanías de Assuán, se encuentran las famosas canteras de granito rojo
cuyos restos dan cuenta de la industria pétrea que se desarrolló en
aquella época. Todos los faraones admiraron la dureza y elegancia de
este material que, entre otras cosas, dio origen al sarcófago, las
paredes y los techos de la Cámara del Rey, en la Gran Pirámide: también a
las columnas del templo de lsis, delante de la Esfinge, y a los grandes
obeliscos del templo de Karnac. Innumerables toneladas de piedra fueron
arrancadas de la tierra y transportadas por los egipcios desde aquellas
canteras hasta los múltiples templos esparcidos a lo largo del Nilo.
Pero también dejaron algo, algo tan grande que no pudieron mover. O
quizá el famoso Obelisco Inacabado no fue realizado con tal tamaño para
ser transportado, sino para dejar constancia de la desconcertante
técnica con que fue diseñado.
No se ha hallado nada en él que indique el uso de cinceles o
martillos, pues no quedaron restos de escoriaciones. Si se observa de
cerca, se aprecian anchos surcos verticales producidos por algo parecido
a una pala que modeló sus proporciones. La única explicación posible es
que, cuando atacaron la cantera, la piedra estaba blanda.
Tanto en las caras laterales como en la parte superior de este
Obelisco Inacabado se aprecian canales, paralelos, de igual tamaño. Se
trata de huellas que han permanecido allí desde hace miles de años, pues
no se sabe su antigüedad. Se dice que el monolito fue abandonado porque
en él apareció una fisura, pero en los últimos exámenes que se han
llevado a cabo se ha podido comprobar que tal fisura no existe, sino que
en algún momento de la historia alguien quiso cortar la piedra para
hacer un obelisco más pequeño. De hecho, se nota la acanaladura dejada
por un cincel que se introduce en la piedra regularmente a una
profundidad fija de 3 centímetros. Todo parece indicar que los autores
se arrepintieron después y dejaron la mole de piedra tal cual.
A pocos metros del monolito, los químicos se entretuvieron en
perforar la piedra circularmente, dejando así unos pozos de ignorado
significado. En ellos cabe un hombre. Sus paredes, sin restos de golpes,
no son rectas, de lo que se deduce que fueron ahuecadas de manera
irregular, sin aparente esfuerzo y sin que en la operación interviniera
máquina alguna.
[salbum=13,y,y,left] Las figuras de Acámbaro,
cerca de Guanajuato, México, con supuestas pinturas de dinosaurios. En
1923, Waldemar Julsrud, comerciante de origen alemán, y el padre Fray
José María Martínez descubrieron el emplazamiento arqueológico de
Chupicuaro, de la época preclásica, que contenía vasos, tazones y
figurinas de la cultura india más antigua conocida, llamada con el
nombre del sitio, de una antigüedad de hasta 1.000 años antes de J.C.
(anterior a los indios Tarascos, la cultura india más antigua conocida
en aquella época ).
Este descubrimiento “clásico” no suscitó ninguna polémica en cuanto a su paternidad disputada por un coleccionista rival.
Unos años más tarde, en julio de 1944, Waldemar Julsrud, de 69 años
de edad hizo un descubrimiento en Acámbaro, pequeña ciudad mejicana
situada a menos de 300 kms al noroeste de Méjico, en la provincia de
Guanajuato.
Mientras se paseaba a caballo a lo largo de una zanja cerca de la
colina del toro, con uno de sus empleados, un granjero llamado Odilon
Tinajero, su atención fue atraída por un trozo de cerámica que salía del
suelo. Era una figurina de terracota de un estilo que desconocía.
Mandó a su empleado cavar y llevarle todas las piezas similares que
podría encontrar. Unos días más tarde, Tinajero se presentó con una
carretilla llena de estos artefactos. Julsrud se quedó estupefacto por
el estilo y la diversidad de las figuritas. Hizo un trato con su
empleado: él le pagaría 1 peso por cada figurita entera; y nada por las
estropeadas que, sin embargo tendría que entregarle ( y que conservó ).
Su objetivo era evitar que su granjero las fabricara ( de todos modos
no hubiera tenido suficiente tiempo ni maña y el precio pagado era
demasiado bajo ) e incitarle a excavar con mucha precaución.
Las figuritas fueron descubiertas por grupos de entre 20 y 40 en el
interior de pozos a una profundidad variable de 1,20 metros hasta 1,80.
No eran pozos funerarios, puesto que sólo se encontraron 6 calaveras
durante las excavaciones. Según la hipótesis de Julsrud, parece que
habían sido sepultadas deprisa para evitar su saqueo por los primeros
colonos españoles.
Más de 33.500 objetos de cerámica (en su mayoría ), piedra, jade y
obsidiana fueron encontrados. Todos son únicos, ninguno ha sido
duplicado. Su tamaño varía desde unos centímetros hasta menos de un
metro. Varios tipos de arcillas fueron utilizados (su examen daría una
indicación valiosa de su procedencia ), y todos fueron fabricados por el
método del “fuego abierto” (entonces la fabricación de objetos
falsificados no habría sido inadvertida por el humo y las grandes
cantidades de leña - rara y cara en esta región - necesarias).
A pesar de su gran diversidad, se pueden clasificar, según su estilo,
por centenares incluso por millares, como procedentes de culturas
diferentes.
La lente de cristal de Heluan. Encontrada
en una tumba, hoy permanece en el Museo Británico de Londres. De
5.000 años de antigüedad y que hoy día solo se puede elaborar empleando
métodos electroquímicos para hacer oxido de Cesio.
El disco de Sabu, en Egipto (Museo del Cairo). En
la primera planta del Museo Egipcio de El Cairo y entre dos salas muy
próximas a la Sala de las Momias, uno no puede por menos que pararse
sorprendido al ver en una pequeña vitrina, aunque no sin cierta
dificultad por los reflejos de la luz sobre el cristal que lo cubre, un
objeto solitario parecido a una rueda o disco de piedra.
Este
extraño objeto al que nos referimos ha desconcertado y sigue
desconcertando a todos los egiptólogos que han tenido ocasión de
estudiarlo detenidamente. El primero de ellos fue su descubridor, Brian
Walter Emery, uno de los egiptólogos más importantes del Siglo XX, autor
de un clásico de la egiptología, Egipto Arcaico, 1.961, que sigue
constituyendo, después de muchos años, un claro referente bibliográfico
para el estudio y comprensión de los orígenes de la Antigua Civilización
Egipcia.
Realizando unas excavaciones en el año 1.936, en la zona arqueológica
de Sakkara, fue descubierta la Tumba del Príncipe Sabu, hijo del faraón
Adjuib, gobernante de la I Dinastía (3.000 a.C.). Entre los utensilios
del ajuar funerario que fueron extraídos, a B. Walter Emery le llamó
poderosamente la atención un objeto que definió inicialmente en su
informe Las Grandes Tumbas de la I Dinastía como: “…un recipiente con forma de tazón de esquisto…“.
Años más tarde, en su obra citada con anterioridad, Egipto Arcaico,
hacía un comentario que viene a resumir perfectamente la realidad y
situación de este incómodo “cachibache”: “...no se ha conseguido ninguna explicación satisfactoria sobre el curioso diseño de este objeto…“.
Frontal y horizontalmente, este objeto de 5.000 años no deja de
recordarnos a una de nuestra modernas piezas empleadas en la industria
tecnológica.
Este objeto al que se refería B. Walter Emery en sus informes, tiene
61 centímetros de diámetros, y 10,6 centímetros de altura en la zona
central. Está fabricado en esquisto, una roca muy quebradiza y frágil,
que requiere un tallado muy laborioso. Su forma se asemeja a la de un
plato o volante de coche cóncavo, con una especie de tres cortes o palas
curvas que recuerdan a la hélice de un barco, y en el centro de ésta,
un orificio con un reborde que sobresale como si fuera el receptor de
algún eje de una rueda o de algún otro mecanismo desconocido, dispuesto
para girar.
Como bien es sabido por todos, la postura que mantiene la egiptología
oficial respecto a la aparición y uso de la rueda por parte de los
antiguos egipcios, es muy clara y no deja lugar a ninguna duda. Su
introducción en Egipto, nos aseguran, fue debida a la invasión de los
Hicsos al final del Imperio Medio, 1.640 a.C., que la utilizaron, entre
otras cosas, en sus carros de guerra, y que era conocida también en ese
momento por otros muchos pueblos de Oriente Medio. La pregunta entonces
es inevitable: si no es una rueda, ¿qué es el extraño objeto que
apareció en la Tumba de un príncipe de la I Dinastía, 1.400 años antes
de la invasión de los Hicsos?
A pesar de la complejidad de este problema, el tema se agudiza aún
más a raíz de los estudios técnicos que diferentes investigadores han
llevado acabo, impulsados por el sorprendente y extraño diseño de este
artilugio.
La disposición de su diseño indica claramente que algún tipo de eje
atravesaba este enigmático objeto por el orificio situado en su zona
central.
De hecho, esta rueda de esquisto apareció en la Tumba del Príncipe
Sabu, junto con otros extraños objetos de cobre, prácticamente el único
metal que conocían los egipcios en aquella época. La duda nos asalta al
pensar cómo pudieron diseñar un objeto tan delicado y tan complejo
estructuralmente, hace más de 5.000 años.
Una estructura que en el caso de sus tres extraños cortes o palas
curvas, nos induce a pensar casi inmediatamente en la utilización de
este objeto en un medio líquido. Este detalle, junto al orificio
sobresaliente en la parte central, nos hace sospechar también que este
objeto sólo sea una pequeña parte de algún mecanismo más complejo, y que
se salvó gracias a una reproducción en piedra que por alguna
desconocida razón, realizó un artista, con unas no menos desconocidas
herramientas.
Pero…, ¿qué mecanismos existían hace 5.000 años en el Valle del Nilo?
Dentro de la típica política de los arqueólogos y egiptólogos
oficialistas, este objeto no es más que una bandeja o el pedestal de
algún candelabro, con un diseño producto de la “siempre recurrida
casualidad”. Sea lo que sea, este objeto encontrado en una tumba de
Sakkara con una edad que como mínimo alcanza los 5.000 años, sigue
constituyendo uno de los misterios mejor guardados que se pueden
encontrar.
martes, 24 de febrero de 2015
Fenomenos increibles oopart
8:58 p.m.
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